las misiones en la evangelización del peru

Evangelización en el Virreinato


La urgencia que puso la Corona española en la evangelización de los indígenas peruanos no tenía que ver solamente con la salvación de las almas sino también con el hecho de que aquellos que eran evangelizados pasaban a ser súbditos capaces de tributar. De ahí que en una primera etapa evangelizadora, se diera un masivo bautizo de indígenas, que la mayoría de las veces no entendían el ritual en el que participaban. Las quejas de los propios sacerdotes no se hicieron esperar, pues era evidente que la mayoría de indígenas bautizados no habían sido realmente evangelizados y esto permitía la supervivencia de sus creencias. Entre las razones de este primer fracaso se señalo la ignorancia de las lenguas indígenas por parte de los curas y la avidez por explotar a los indígenas.

Los concilios

Ante la heterogeneidad de las costumbres y creencias de la población indígena peruana, la Iglesia decidió organizar una serie de concilios en los que se discutieron los procedimientos más adecuados para evangelizar en el Perú. El obispo Jerónimo de Loayza organizó los dos primeros concilios limeños (1551-1552 y 1567), a los que acudieron representantes de las órdenes religiosas establecidas en el Perú. En estos concilios se ordenó destruir las huacas y colocar cruces o construir templos sobre cada uno de ellas. Cada pueblo debía tener un templo. También se dio autorización para que los indígenas recibieran los sacramentos del bautismo, la penitencia y el matrimonio, pero con una enseñanza previa a cargo del cura. Asimismo, los sacerdotes debían aprender las lenguas aborígenes para instruir a los indígenas.
El tercer concilio (1582) fue convocado por el arzobispo de Lima, Santo Toribio de Mogrovejo, y acudieron representantes eclesiásticos de toda América del Sur y Centroamérica. En este concilio se ordenó la elaboración de un catecismo único en español, quechua y aymara, y se prohibió a los sacerdotes y agente, pastorales dedicarse al comercio para evitar que abusaran de los indígenas en beneficio de sus negocios.

Diálogo iterreligioso

Aunque a principios del siglo XVI los teólogos consideraban demoniacas las costumbres y religiones nativas de América, justificando así la destrucción física de huacas y objetos de culto, el difícil trabajo de evangelización hizo entender a los misioneros que podían avanzar en las enseñanzas del cristianismo valiéndose de los aspectos de la cultura indígena que no se opusieran a la justicia de a la religión católica. Inclusive se sostuvo que antes de la conquista los apóstoles Tomás y Bartolomé habrían predicado en América, lo que hacia posible similitudes entre religiones indígenas y la católica. Si bien estas ideas fueron descartadas por el discurso eclesiástico oficial, ya se había abierto el camino al sincretismo religioso que daría forma a lo que conocemos como cristianismo popular.

Cristos, Vírgenes y Santos

La poca profundidad de la evangelización colonial, la fuerza de las costumbres prehispánicas y el sincretismo desatado quedaron plasmados tanto en la devoción como en la expresión de la religiosidad popular. Las diversas representaciones de Cristo y la Virgen, con matices locales para facilitar la evangelización, dieron pie a un proceso de reinterpretación de las imágenes sagradas por la población nativa. En consecuencia, los nuevos conversos llegaron a incluir en la categoría de santos a distintas manifestaciones de la Virgen María y de Cristo. La representación material de estos, en lienzos o imágenes, los hacía más cercanos a los nuevos creyentes.

Las misiones en la evangelización del Perú

Se consideran que el siglo XVI fue el gran siglo misional porque durante ese tiempo se logró bautizar a gran parte de los indígenas de la costa y de la sierra peruana. Recién en el siglo XVII los misioneros ingresaron a la selva a evangelizar, con el objetivo de convertir a los indígenas aún paganos. La Corona contribuyó a la labor misional con el envío de religiosos al Perú.
Entre 1530 y 1820 llegaron a nuestro territorio 2 171 misioneros, la mayor parte de ellos franciscanos y jesuitas. Los miembros de estas órdenes religiosas realizaron el más intenso e importante trabajo misional durante la colonia.
En el caso de los agustinos, estos estuvieron presentes en diversos lugares del Perú: la antigua provincia de Huamachuco, la selva de Ayacucho, entre otros.
Los primeros que desarrollaron la labor misional en la selva fueron los franciscanos, inicialmente desde Huánuco y posteriormente desde el colegio misionero de Ocopa. Los dominicos también tuvieron misiones en la selva central. Las misiones que tuvieron a su cargo los jesuitas se ubicaron en Mojos (Bolivia) y Maynas. Las misiones coloniales en la selva enfrentaron grandes dificultades por las características del hábitat, las epidemias y por los conflictos con Portugal, que impulsó un constante proceso de expansión de sus fronteras amazónicas.

Órdenes Religiosas en el Perú

ORDEN RELIGIOSAFECHA DE LLEGADA AL PERÚFUNDADOR
Dominicos1532Santo Domingo de Guzmán
Franciscanos1532San Francisco de Asís
Mercedarios1532San Pedro Nolasco
Agustinos1551San Agustín
Jesuitas1568San Ignacio de Loyola
Carmelitas1592Santa Teresa de Jesús
San Juan de la Cruz

Las Cofradias

Eran la más importante forma de agremiación, encargada de ciudar el templo y vigilar y acrecentar sus bienes. Se trataba de una institución europea importada a las colonias americanas que permitió a los indígenas conversos y a todos los nuevos cristianos acercarse a la organización eclesiástica.
En las parroquias de indígenas eran comunes las cofradías formadas en torno a la veneración de un santo, santa, cristo o virgen, y a las que se formaban a partir de un gremio artesanal o profesional, bajo la advocación de una imagen sagrada, en torno a la cual se organizaban diversas actividades.

Los Santos peruanos

Los evangelizadores en el Perú vieron coronada su labor cuando se elevó a santidad a personajes nacidos o relacionados en este virreinato o relacionados con él desde el siglo XVI. Los nuevos santos no solo se convirtieron en figuras ejemplares para la vida religiosa sino que fueron depositarios de la devoción del clero.
Otro personaje vinculado al Perú que fue elevado a los altares por las Iglesia es el español Santo Toribio de Mogrovejo (1538-1606), quien llegó al Perú en 1581 y fue el segundo arzobispo de Lima. Destacó por iniciar las grandes visitas pastorales y por defender a los indígenas de los abusos.
La evangelización

La labor evangelizadora en el virreinato peruano empezó el mismo día que los españoles arribaron a estas tierras y emprendieron su empresa de conquista. La evangelización se dio de manera paulatina a media que llegaban las órdenes religiosas, pero también con cierto desorden pues la dispersión de los misioneros impedía una eficaz labor centralizada. Las primeras acciones importantes de evangelización empezaron después del primer Concilio Limense en 1551. Las directrices que se tomaron de la Instrucción, dictada por el arzobispo Loayza en 1545 y corregida en 1549, imprimen "por primera vez una orientación general que marcaría los primeros pasos de la iglesia católica nacida en los Andes" (Urbano: 1999, XXVII). La primera medida a tomar fue el bautizo de indígenas, que en el acto debían abandonar las prácticas idolátricas y todas las formas que iban contra las leyes eclesiásticas y contradecían los mandamientos católicos. 

En el segundo Concilio Limense (1567-1568) se retoma la idea de destruir las huacas y de colocar en su lugar cruces o levantar una iglesia o ermita (en caso de que la huaca haya sido un importante lugar de culto). Hay que tener claro que los primeros concilios no fueron más que intentos o experimentos de pastoral indígena de las distintas ordenes religiosas que llegaron al Perú. Cada una tenía su propia metodología de acercarse a los nativos y de adoctrinarlos. Mercedarios, jesuitas, franciscanos y agustinos evangelizaban de acuerdo a las reglas de su orden, pero teniendo como telón de fondo los marcos generales de los acuerdos conciliares.

El Tercer Concilio Limense (1582-1583) marcó un cambio significativo en la evangelización peruana. Al igual que el ordenamiento que realizó el virrey Toledo en la década de 1570, este concilio no innovó en materia de juicio sobre las prácticas idolátricas. Reafirmó lo que los anteriores concilios proclamaron acerca de la forma como destruir las huacas y extirpar las idolatrías. Lo nuevo fue en materia de textos y catecismos. Las distintas órdenes debían utilizar los mismos materiales de enseñanza y adoctrinamiento. Para ello se debía conocer a fondo la lengua quechua (y sus variantes), por lo que los diccionarios como los de Ludovico Bertonio (1612) y Diego González Holguín (1608) fueron fundamentales en la labor evangelizadora. El lenguaje utilizado fue revisado exhaustivamente para evitar cualquier malinterpretación de la religión. Los jesuitas fueron los más entusiastas con esta nueva metodología de evangelización debido a que el catecismo era una de sus principales virtudes. Los libros mayormente utilizados: Doctrina Cristiana y Catecismo para la instrucción de Indios; Confesionario para los curas de Indios, Tercero Catecismo y Exposición de la doctrina cristiana por sermones. Durante la primera década del siglo XVII la labor evangelizadora fue grande e intensa y, debido a que muchos de los pueblos andinos ya habian sido "reducidos" en las rancherías pertenecientes a una parroquia aledaña, se pensó que la totalidad de los cultos prehispánicos habían sido eliminados. 

Sin embargo, varias denuncias acerca de la pervivencia de ritos paganos disfrazados de signos cristianos escandalizaron a la iglesia limeña que no dudó en realizar una gran campaña de extirpación por toda la sierra de Huarochirí, liderada por Francisco de Ávila. Se suele dividir las campañas de extirpación del siglo XVII en tres momentos: la llevada a cabo por Ávila entre 1609 y 1619; la de Gonzalo de Ocampo entre 1625 y 1626; y la última realizada por el Arzobispo Pedro de Villagomez entre 1641 y 1671. 

LA EVANGELIZACION EN EL VIRREYNATO DEL PERU

¿CÓMO SE DESARROLLÓ LA EVANGELIZACIÓN EN AMÉRICA ESPAÑOLA ?


Luego del descubrimiento de América por Cristóbal Colón en 1492 y en acuerdo con los reyes de España y Portugal, pequeños equipos de franciscanos, de jesuitas y dominicos acompañan a las primeras expediciones al nuevo continente. Las primeras acciones evangelizadoras buscan, en primer lugar, sacar a las poblaciones autóctonas de las creencias animistas, fetichistas y helio centristas que por siglos estuvo presente en su mundo , vivas, complejas y variadas; estos evangelizadores llevan a cabo con sentido práctico una catequesis elemental e introducen con éxito el sentido de las bienaventuranzas y los mandamientos, los Sacramentos de la iniciación cristiana -el bautismo, la confirmación y la Eucaristía- van a constituir el punto de arranque indispensable para la vida sobrenatural y el crecimiento de la fe inicial.

Roma está informada de esos acontecimientos lejanos. Consciente del nuevo y específico terreno que se abre a la evangelización, el Papa Pío V crea una comisión cardenalicia especializada en esos asuntos de los que no se tenía experiencia, lo mismo que erige seminarios para las misiones en 1588; el Papa Gregorio XV establece en 1622 un "Ministerio de las misiones" "para la propagación de la fe". El continente de América del Sur recibe, ya desde 1511, una Jerarquía local que pronto se articula en 5 arzobispados y 27 obispados. En los más altos niveles de responsabilidad, tanto políticos como religiosos, existe una seria preocupación por el buen funcionamiento de las instituciones; este funcionamiento se ve manchado aquí o allá por los defectos humanos, que no siempre se deben a una falta de rectitud de intención , sino a la impaciencia por ver los resultados de la evangelización.

Claro está que los misioneros eran una pequeña minoría entre los europeos que llegaron al nuevo continente. No se puede juzgar el esfuerzo misionero por lo que hicieron otros. Hay casos de colonos europeos a quienes la codicia les empuja a explotar las riquezas naturales abusando de los indígenas. De todas formas, es admirable el empeño que desde la metrópoli se puso en superar el obstáculo natural de las enormes distancias que la separan del Nuevo Mundo.

Conforme a una práctica ya habitual alrededor del Mediterráneo, los reyes de España piden a la Santa Sede un “patronazgo regio” (regio patronato) sobre las iglesias del Nuevo Mundo, incluyen el derecho de nombramiento de los clérigos y la regulación de los asuntos eclesiásticos; en compensación de esas ventajas, facilitan material y administran el trabajo apostólico de los misioneros, y el conjunto de verdades naturales y sobrenaturales que el cristianismo transmite de generaciones en generaciones se extiende una vez más por nuevos territorios: desde Canadá, por ejemplo, se envían misiones hasta California; aparecen rápidamente Catecismos impresos en lenguas indígenas; varias personalidades se dedican a mejorar las condiciones de evangelización y de vida de las poblaciones, entre las cuales destacan el dominico Bartolomé de las Casas (1474-1566), obispo de México, y el también dominico Antonio de Montesinos en las Antillas.

Las congregaciones religiosas se extendieron con celeridad, pero  faltó el clero secular. La expulsión de los jesuitas, en 1767, tuvo consecuencias irreparables en la mayoría de los territorios.

Se fundaron numerosas reducciones -veintiuna había en 1686- en el Marañón español, donde se dieron algunos casos de martirio.

Después de las misiones del Paraguay, las misiones del norte de Méjico fueron las más conocidas. Son igualmente importantes las misiones de Sonora y California, que, a causa de numerosas dificultades, constituyeron una de las misiones más duras; pero obtuvieron numerosas conversiones.

La estructura eclesiástica de la América hispana era imponente: cuatro arzobispados y cuarenta y un obispados. Franciscanos, dominicos, agustinos, mercedarios y jesuitas llevaban el peso principal de la evangelización de los indígenas y cuidado espiritual de los españoles y criollos. Excepto las Universidades de Méjico y Lima, casi toda la educación que se impartía en estos territorios estaba en manos de los regulares, especialmente de los jesuitas.

LA EVANGELIZACIÓN EN EL VIRREINATO PERUANO:

La labor evangelizadora en el virreinato peruano empezó el mismo día que los españoles arribaron a estas tierras y emprendieron su empresa de conquista. La evangelización se dio de manera paulatina a media que llegaban las órdenes religiosas, pero también con cierto desorden pues la dispersión de los misioneros impedía una eficaz labor centralizada. Las primeras acciones importantes de evangelización empezaron después del primer Concilio Limense en 1551. Las directrices que se tomaron de la Instrucción, dictada por el arzobispo Loayza en 1545 y corregida en 1549, imprimen "por primera vez una orientación general que  marcaría los primeros pasos de la iglesia católica nacida en los Andes" (Urbano: 1999, XXVII). La primera medida a tomar fue el bautizo de indígenas, que en el acto debían abandonar las prácticas idolátricas y todas las formas que iban contra las leyes eclesiásticas y contradecían los mandamientos católicos.

En el segundo Concilio Limense (1567-1568) se retoma la idea de destruir las huacas y de colocar en su lugar cruces o levantar una iglesia o ermita (en caso de que la huaca haya sido un importante lugar de culto). Hay que tener claro que los primeros concilios no fueron más que intentos o experimentos de pastoral indígena de las distintas ordenes religiosas que llegaron al Perú. Cada una tenía su propia metodología de acercarse a los nativos y de adoctrinarlos. Mercedarios, jesuitas, franciscanos y agustinos evangelizaban de acuerdo a las reglas de su orden, pero teniendo como telón de fondo los marcos generales de los acuerdos conciliares.



















Arzobispo Gerónimo de Loayza                                                                Santo Toribio de Mogrovejo
Primer gestor de la evangelización                                                        Reformador de la evangelización
1º Arzobispo de Lima                                                                          2º Arzobispo de Lima

UN PARENTESIS:

El Perú del siglo XVI fue una región mucho más difícil de administrar que México como lo advirtió el Consejo de Indias .Perú no sólo era más extenso y presentaba mayor variedad en su territorio, sino que aquellos que fueron enviados para gobernarlo durante las primeras décadas no pudieron lograrlo o no permanecieron el tiempo suficiente como para organizar realmente el virreinato. Todos los virreyes anteriores a Toledo murieron mientras ocupaban el cargo , con a excepción del marqués de Cañete , cuyo gobierno lo interrumpió el rey a raíz de las numerosas quejas contra sus acciones arbitrarias.

FELIPE II pensó bien a la persona que iba a elegir, Con Toledo pondría punto final a muchas de sus preocupaciones. Lleno de encargo s Toledo se embarcó el 19 de Marzo de 1569 en San Lúcar de la Barrameda. Hizo su entrada a Lima el 30 de noviembre, con su llegada comienza una nueva etapa en la Historia del Perú y sobre todo de la evangelización .El papa San PIO V apoyó la decisión del rey respecto a Toledo , por eso el nuevo virrey se presentó como delegado del Rey y del Papa o, como escribió su biógrafo Tristán Sánchez, como “ elegido por la majestad divida y nombrado por la humana”

Las instrucciones dadas a Toledo están resumidas en 37 números, pero divididas en tres partes :

Del 1 al 11 trata de la organización general de las iglesias, patriarcado, diócesis provisión de obispados, facultades de los obispos, visitas pastorales, celebración de concilios provinciales, provisión de las parroquias, jurisdicción de los párrocos.

Del 12 al 24 Trata directamente sobre la evangelización, los religiosos y las personas implicadas en ellas.

Del 25 al 36 trata sobre el problema económico de los Diezmos.


Algunas de estas instrucciones no pudieron cumplirse a cabalidad, Por las contradicciones que se encontraban en su ejecución. Sin embargo se realizó el tercer concilio Limense.

El Tercer Concilio Limense (1582-1583) marcó un cambio significativo en la evangelización peruana. Al igual que el ordenamiento que realizó el virrey Toledo en la década de 1570, este concilio no innovó en materia de juicio sobre las prácticas idolátricas. Reafirmó lo que los anteriores concilios proclamaron acerca de la forma como destruir las huacas y extirpar las idolatrías.



LAS ÓRDENES RELIGIOSAS EN EL PERÚ
Y SU ACCIÓN EVANGELIZADORA:

Si bien la evangelización fue una obra conjunta de los españoles que llegaron a los territorios del Nuevo Mundo, quienes dieron un primer gran impulso a la obra misionera fueron principalmente los miembros de diversas órdenes religiosas.

Al Perú llegaron para evangelizar, las órdenes dominica, franciscana, agustina, mercedaria y jesuita. Todas ellas se lanzaron con gran entusiasmo y esfuerzo a realizar el objetivo de la evangelización que es el anuncio del Señor Jesús, único salvador del mundo ayer, hoy ysiempre. Pero este anuncio supuso en cada caso algunos acentos particulares que enriquecieron y perfeccionaron el proceso evangelizador.


Así los dominicos se caracterizaron por difundir las enseñanzas escolásticas, y centraron la difusión del evangelio a través de colegios y centros superiores de enseñanza abiertos a los naturales. Su contribución fue importantísima en la enseñanza de la fe católica.
Escudo de la orden de los Dominicos


Escudo  de la Universidad San Marcos- Lima - Perú
Uno de los más grandes logros de esta orden, fue la fundación de la Universidad de San Marcos el 12 de mayo de 1551, por Fray Tomás de San Martín. San Marcos se hizo realidad por cédula real de Carlos I de España y V de Alemania, siendo oficialmente la universidad más antigua de América. Los dominicos también pusieron énfasis en el conocimiento de las lenguas autóctonas y de las costumbres locales para una adecuada evangelización. Fruto de esta preocupación fue el “Lexicon o Vocabulario general del Perú llamado quechua”, de Fray Domingo de Santo Tomás, publicado en 1560. Esta obra fue un aporte trascendental en la comprensión de las formas gramaticales y conceptuales de los indios.

Fueron dominicos también Fray Vicente Valverde, Juan de Olías, Jerónimo de Loayza (primer arzobispo de Lima) y Gaspar de Carvajal, quien acompañara a Francisco de Orellana en el descubrimiento del río Amazonas en 1545. No hay que olvidar que la orden dominica ha dado al Perú tres santos y una beata, de los cinco santos y dos beatos que tiene nuestro país inscritos en el Martirologio Romano: Santa Rosa de Lima, primera flor de santidad de América, San Martín de Porres y su compañero y amigo inseparable San Juan Macías y la Beata Sor Ana de los Ángeles Monteagudo.

Por su parte los franciscanos llegaron al Perú en 1542, destacándose por su fervor misionero. Los franciscanos llegaron hasta los lugares más recónditos del Perú con la finalidad de llevar la Palabra de Dios a todos los indígenas. Se dedicaron más que nada a las misiones populares, conviviendo prácticamente con los indios para transmitirles no solo con la palabra sino su testimonio de vida, la fe cristiana. Fieles a la unidad inseparable entre evangelización-salvación y evangelización-promoción humana, junto con el anuncio de la Buena Nuevaenseñaron a los indios labores agrícolas (por ejemplo arar con bueyes, hacer yugos, arados y carretas), la gramática castellana (leer y escribir) y el arte de tocar instrumentos musicales de viento y cuerda, entre otros oficios. El primer franciscano en llegar al Perú fue Fray Marcos de Niza. Poco después llegaron los frailes Jodocko Ricke, Pedro Gosseal y Pedro Rodeñas. Para 1542 llegó al Perú una expedición conformada por doce frailes, lo cual dio origen a la provincia peruana franciscana de los Doce Apóstoles. Entre los esfuerzos por inculturar la fe cristiana entre los indígenas, cabe señalar la obra de Fray Luis Jerónimo de Oré, autor del “Símbolo católico indiano”, que además de incluir una gramática quechua y aymara, incluye una descripción geográfica del Perú y valiosa información sobre las costumbres de los naturales. Finalmente no hay que olvidar que la orden franciscana ha dado a la Iglesia del Perú un gran santo misionero, de quien hablaremos más adelante: San Francisco Solano, apóstol del Perú y de la Argentina.

Escudo de la orden Franciscana
Los agustinos llegan al Perú en 1551. En menos de diez años tuvieron iglesias y conventos en las principales regiones del virreinato. Dedicados como los demás a la evangelización, tuvieron sin embargo un papel preponderante en la conversión de los curacas y de las personas más importantes de los ayllus descendientes de los incas. Entre ellos destacan Fray Antonio de Calancha, autor de las crónicas sobre las acciones agustinas en el virreinato del Perú y Fray Alonso de Ramos Gavilán, quien participara extensamente en la extirpación de las idolatrías.

escudo de la Orden Agustina

Los mercedarios arribaron al Perú en el temprano año de 1534. Su gran espíritu misionero hizo que la orden llegara a las altas cumbres de nuestra cordillera en búsqueda de los indios para evangelizarlos. Fueron mercedarios Fray Martín de Murúa, cronista que se dedicó a la recopilación de la historia del Tahuantinsuyo y autor de la crónica “Origen y Descendencia de los Incas” y Fray Diego de Porres, misionero dedicado a la enseñanza de la fe católica, apoyándose en instrumentos nativos como el quipu.

Escudo de la orden Mercedaria

Finalmente la orden de la Compañía de Jesús o jesuitas llegaron al Perú en 1568. Su labor evangelizadora no sólo se centró en los indios, sino también en los descendientes de los principales curacas incaicos. Por ello fundaron en Lima y en el Cusco los Colegios Mayores para la educación de la nobleza andina. Asimismo se dedicaron a la enseñanza de los españoles para lo cual abrieron colegios en Lima y en el Cusco, y además en la ciudad imperial fundaron una universidad. Estudiaron a fondo el quechua y el aymara. Fruto de ello fue el diccionario de la lengua quechua de Diego Gonzales Holguín de 1608. Este libro fue de vital importancia para la labor evangelizadora ya que otorgaban a los misioneros el conocimiento necesario de las lenguas locales y los criterios para la interpretación de las tradiciones orales andinas.
escudo de los Jesuitas

Mención aparte es la persona del Padre José de Acosta, gran colaborador de Santo Toribio de Mogrovejo, segundo Arzobispo de Lima, de quien nos ocuparemos más adelante. Fue sin duda el brazo derecho de Santo Toribio en los altos asuntos del gobierno pastoral. Autor de la Historia natural y moral de las Indias, compuso también una obra admirable, De procuranda indorum salute, en la que, llevando a síntesis madura los estudios de autores precedentes, daba respuesta segura a muchas cuestiones teológicas, jurídicas y misionales. Escrito entre 1575 y 1576, este libro fue considerado desde su aparición como un importante Manual de Misionología. El Santo Arzobispo de Lima, encontró en el Padre Acosta un colaborador inteligente y eficaz.

Es bueno señalar que todas las órdenes: dominica, franciscana, agustina, mercedaria, y jesuita, sin excepción, fueron grandes defensoras de la dignidad de los indígenas, de sus derechos y justas aspiraciones. Desde la plena fidelidad al evangelio, denunciaron los abusos de los sistemas injustos aplicados a los indígenas, pero no por miras políticas ni por móviles ideológicos, sino porque descubrían en ellos serios obstáculos a la evangelización, por fidelidad a Cristo y por amor a los más pequeños e indefensos. 



ALGUNOS GRANDES MISIONEROS DEL PERÚ

Nos toca ahora ver la vida y la obra del algunos Grandes Misioneros del Perú. Los evangelizadores de la primera hora. Son muchos los que podríamos presentar, pero por no disponer de mucho tiempo, quisiera limitarme a sólo tres: a Fray Vicente Valverde, a San Francisco Solano y a Santo Toribio de Mogrovejo. Creo que estas tres vidas son suficientes para comprender los Grandes Misioneros que tuvo el Perú y para sacar de sus vidas inspiración para que nosotros seamos los grandes misioneros que requiere hoy nuestra patria en el tercer milenio de la fe y así podamos ser artesanos de la Nueva Evangelización.

Fray Vicente Valverde


A Fray Vicente Valverde lamentablemente sólo se le recuerda por el requerimiento que hiciera al Inca Atahualpa en la circunstancia de su captura. A partir de este único hecho se pretende interpretar su persona, vida y obra. Más aún, hay quienes lo han propuesto como símbolo de la acción de la Iglesia a lo largo de toda la historia de la Conquista y del Virreinato, es decir como la institución que favoreció la opresión y la injusticia contra los indígenas, lo cual resulta falso y no conforme con la verdad histórica. Es la “leyenda negra” sobre el dominio español en América, difundida particularmente por razones políticas por autores ingleses y franceses para desacreditar a España y la obra evangelizadora. Valverde desarrollaría una acción que resulta ejemplar, comenzando por el hecho de haber tenido el valor de acompañar la expedición conquistadora hacia tierras desconocidas, sin saber lo que iba a encontrar.



Después de entrar con Francisco Pizarro al Cusco el 23 de marzo de 1534, regresó luego a España a exponer las necesidades que exigía la obra de la evangelización en América. Fue nombrado primer Obispo del Cusco. Valverde se convirtió en “Protector de los indios”, redactando varios informes en los que denunciaba los maltratos de que eran víctimas los naturales, especialmente en los momentos de las guerras civiles entre pizarristas y almagristas que trajeron desolación y desorden a la ciudad del Cusco.


Con ocasión de la sublevación de Manco Inca, que ocasionó que el maltrato a los indios aumentara, Valverde llega a escribir que es difícil tarea, “la de defender a esta gente de la boca de tantos lobos como hay contra ellos”. Después de diez años de intensos trabajos apostólicos, fue muerto en circunstancias misteriosas en la isla de Puna (cerca de Guayaquil), el 31 de octubre de 1541, cuando se dirigía al encuentro del gobernador Vaca de Castro con el fin de buscar una solución a la disputa y falta de solidaridad y unión que había entre los españoles que vivían en su diócesis. Fue un hombre de particular valor y fortaleza, así lo reflejan las palabras que le escribiera en una ocasión al Rey de España: “Y Vuestra Majestad puede creer que después que entré en esta tierra yo he tenido tantos trabajos y tanta contradicción en servir a Dios y Su Majestad, que si no fuera porque Vuestra Majestad me tuviera por pusilánime y por hombre que no era para poner el pecho a estas cosas y otras mayores, ya me hubiera vuelto a Vuestra Majestad”.



San Francisco Solano, Apóstol del Perú y de la Argentina

(1549 – 1610)


Sin lugar a dudas gran apóstol de América del Sur y especialmente del Perú. Sus restos están enterrados precisamente en la ciudad de Lima.

Su ejemplo nos hace presente el de tantos misioneros no sólo franciscanos sino de otras órdenes religiosas, que entregaron su vida por entero a la evangelización del Nuevo Mundo. Verdadero Apóstol de América, tanto por la extensión de su labor misional como por las huellas que dejó a su paso, San Francisco Solano, no sólo recorrió gran parte del Perú de entonces, sino otros cinco países de América del Sur. Nació el 10 de marzo de 1549 en Montilla (Córdoba). Sus padres eran gente de buena posición. A los veinte años de edad decide vestir el hábito franciscano atraído por la pobreza y la vida tan sacrificada de estos religiosos.

Hace su profesión religiosa el 25 de abril de 1570 y es ordenado sacerdote en 1576. Tiene gran afición por la música, la que cultivó toda su vida. Por ello es nombrado en el convento sevillano de Nuestra Señora de Loreto, vicario de coro, es decir, encargado de dirigir el rezo y los cantos del oficio divino. Era amante de la austeridad y la pobreza. Hay que mencionar que el primer anhelo del santo al abrazar la vida religiosa era la de ser mártir. Solicitó sin éxito ser destinado a Berbería (nombre genérico con que se designa el conjunto de países del noroeste de África: Trípoli, Túnez, Argelia y Marruecos, todos ellos poblados por bereberes), para morir en el intento de evangelizar a los africanos. En vista a la negativa de sus superiores, se fija otra meta: venir a América. De regreso en Montilla (su ciudad natal) a raíz de la muerte de su padre y para visitar a su madre enferma y casi ciega, realizó varias curaciones inexplicables que dieron comienzo a su fama como milagrero. En América por la cantidad de prodigios y milagros que realizaría se le llegó a llamar “el Taumaturgo del nuevo mundo”.

Ante el pedido que el rey Felipe II hiciera a los franciscanos para que enviaran más misioneros a Sudamérica para extender la fe cristiana en estas tierras, Francisco fue elegido para esta misión, para gran alegría suya.

Llega a Lima en 1590 y por veinte años recorrió el continente americano predicando el Evangelio especialmente a los indios. Su viaje más largo fue el que tuvo que hacer a pie con grandes peligros y sufrimientos, desde Lima hasta Tucumán (Argentina) y hasta las pampas y el Chaco Paraguayo. Más de 3,000 kilómetros y sin ninguna comodidad. Tan sólo con la confianza puesta en Dios y movido por el deseo de salvar almas. Se enfrenta a las tribus guerreras de aquellas zonas con solo el crucifijo en la mano y después de predicarles la buena nueva logra que todos le empiecen a escuchar primero y a pedir el bautismo después. El Padre Solano tenía una hermosa voz y sabía tocar muy bien el violín y la guitarra. Así alegraba a sus oyentes con su música y sus canciones.

Misionó por más de 11 años por el Chaco Paraguayo, por Uruguay, el Río de la Plata, Santa Fe y Córdoba de Argentina, siempre a pie, convirtiendo a innumerables indios y colonos españoles. Dicen sus biógrafos que emulando a su padre fundador San Francisco de Asís, tuvo una relación especial con los animales llegando incluso a enfrentar y calmar a serpientes y toros bravos.

Posteriormente sus superiores lo nombran Guardián del Convento de la Recolección que acababa de fundarse en Lima (conocido por nosotros como el convento de los Descalzos), cargo que aceptó por obediencia ya que se consideraba incapaz para ejercer el gobierno. Daba consejos sabios y prudentes y cuando tenía que reprender a alguno de sus frailes lo hacía con gran caridad. Sus penitencias y su gran espíritu de oración no le impedían ser alegre. Solano fue conocido como el santo de la alegría. En 1601 fue elegido Secretario y acompañante del superior provincial. Pero su frágil estado de salud hizo que en menos de un año dejara el cargo y fuera destinado a la ciudad de Trujillo, ciudad fundada por Francisco Pizarro apenas 50 años antes de la llegada de Fray Francisco Solano al Perú.

Allí se dedica a visitar enfermos, a predicar en el hospital de la ciudad, a visitar a los presos, a preparar a bien morir a los moribundos, etc. En 1604 volvió a Lima al convento de los Descalzos, donde viviría hasta su muerte. A pesar de estar delicado de salud, continúa con sus penitencias y pasaba noches enteras en oración. Visitaba de continuo a los enfermos y salía a las calles con su cruz en la mano a predicar. Predicaba en todo lugar: en los talleres, las calles, los monasterios, las plazas, incluso en los corrales de teatro. Ese año, 1604, pronuncia un célebre sermón en las calles de Lima que conmueve a la ciudad e impulsa a muchos al arrepentimiento y la conversión. En octubre de 1609 un gran terremoto sacude la ciudad de Lima. Poco después se producen hasta 14 nuevos temblores. Las iglesias se llenaron de gentes. Solano salió a predicar y a consolar a las personas.

En 1610 su salud estaba muy venida a menos debido a su vida de penitencia, sus trabajos y privaciones. Por ello Fray Solano pasó a vivir a la enfermería del convento. Postrado y gravemente enfermo del estómago, apenas podía salir a visitar a los enfermos y a predicar, aunque procuraba siempre estar con los demás frailes en el refectorio. Muere el 14 de julio de ese año. Su cuerpo era poco más que un esqueleto humano. Se había consumido totalmente por Cristo y los hermanos, haciendo vida la enseñanza de San Pablo: “Con gusto me gastaré y me desgastaré para que Cristo sea más amado y conocido”. 8 Su entierro fue apoteósico, asistiendo toda la ciudad, desde el virrey y el arzobispo, hasta los más humildes. Todos con la misma idea: haber asistido al entierro de un santo.

Fue beatificado por el Papa Clemente X en 1675 y canonizado por el Papa Benedicto XIII en 1726. En su tiempo vivieron en Lima todos nuestros santos: Santo Toribio de Mogrovejo, Santa Rosa de Lima, San Martín de Porres y San Juan Macías.

Santo Toribio de Mogrovejo ,

 II ARZOBISPO DE LIMA Y PATRONO DEL EPISCOPADO LATINOAMERICANO (1538 – 1606).

Sin lugar a dudas, Toribio Alfonso de Mogrovejo, cuyo IV centenario de ingreso a la gloria celestial celebráramos jubilosos el año pasado, es el más grande evangelizador y misionero que ha tenido el Perú y América.

A manera de introducción y para comprender la magnitud de su vida y obra, leamos  la breve pero contundente descripción que del Santo nos da de manera autorizada el Doctor José Agustín de la Puente Candamo:

“La mejor organización de la vida de la Iglesia, el conocimiento de la realidad del Perú, la permanente preocupación por la evangelización del hombre andino, la enseñanza de su vida ejemplar, son algunos de los planos que nos permiten descubrir el vínculo profundo entre Toribio de Mogrovejo y el Perú. Es el gran educador del hombre de la sociedad peruana...uno de los grandes forjadores de la nacionalidad...uno de los artífices de la nueva sociedad (peruana)...La obra de gobierno de Toribio de Mogrovejo, la afirmación y defensa de sus derechos y obligaciones, su apostolado con los indios y la defensa del hombre nativo como persona humana que es, todo esto es posible, como el esfuerzo singular de las «visitas», por la calidad humana y la santidad de vida del Arzobispo de Lima. Toda su obra muestra y es fruto de su vida y de su virtud. Austero, alegre, sobrio, caritativo, penitente, cumplidor, minucioso del deber, generoso, ganaba el corazón de los hombres y comunicaba el amor a Dios”. 9


Toribio nació en Mayorga, España en 1538. Estudió Derecho en las Universidades de Coimbra y Salamanca. El Rey Felipe II lo nombró juez principal de la Inquisición en Granada. Al quedar vacante la Sede Arzobispal de Lima, el Rey decidió enviarlo como Arzobispo a la ciudad de los reyes. El Papa Gregorio XIII lo nombró Arzobispo de Lima como sucesor del Arzobispo Fray Jerónimo de Loayza. Después de recibir las sagradas órdenes, ya que al momento de su elección Toribio era laico, el Santo Arzobispo de Lima parte para el Perú y desembarca en el puerto de Paita al atardecer del 11 de marzo de 1581. Desde ahí comenzó a dar los primeros pasos que lo llevarían en 25 años de episcopado a recorrer un total aproximado de 40,000 kilómetros, llevando la luz y el calor del Evangelio por todo el Perú.

La empresa misionera de Santo Toribio, iba a desarrollarse en una Arquidiócesis de enorme extensión, unos mil por trescientos kilómetros. Abarcaba, en efecto, desde Chiclayo y Trujillo al norte, hasta Ica al sur, más las regiones andinas, desde Cajamarca y Chachapoyas hasta Huancayo y Huancavelica, y aún más al oriente por Moyobamba. A las ciudades ya nombradas se añadían Huaylas, Cinco Villas, Cañete, Carrión, Chancay, Santa, Saña -donde vino a morir-, más otros pueblos y unas 200 reducciones y doctrinas de indios.

Pero además era Lima una Arquidiócesis de suma importancia en lo eclesiástico, pues tenía como diócesis sufragáneas la vecina de Cusco, las de Panamá y Nicaragua, Popayán (Colombia), La Plata o Charcas (Bolivia y Uruguay), Santiago y La Imperial, después trasladada a Concepción (Chile), Río de la Plata o Asunción (Paraguay) y Tucumán (Argentina). Es decir, casi toda Sudamérica y parte de Centroamérica quedaba presidida por este hombre de Dios.

La Arquidiócesis de Lima, era fundamentalmente un territorio misionero. Y muy consciente de ello, Santo Toribio, a diferencia de otros obispos que se quedaban en su sede y dejaban a los religiosos y doctrineros (catequistas) la acción propiamente misional, se dedicó principalmente al apostolado entre los indios, limitando casi sus estancias en Lima a los tiempos en que se celebraron sus tres Concilios o los Sínodos diocesanos.

Santo Toribio recorrió toda su extensa Arquidiócesis. A las visitas pastorales dedicó 14 de sus 25 años de episcopado. La primera visita le tomó 7 años (1584-1590); la segunda 5 años (1593-1597), y la tercera 2 años (1605-1606). Será en ésta última donde el Señor le llamará a su Reino para darle el premio que tiene reservado a sus mejores servidores. Resulta asombroso lo que Santo Toribio pasó recorriendo aquellas inmensas distancias en sus visitas pastorales, sorteando peligros, fatigas, hambre, frío, y muchas otras situaciones de alto riesgo. Como los itinerarios de sus viajes quedaron registrados al detalle en el libro de sus visitas pastorales, puede calcularse con bastante exactitud que recorrió unos 40.000 kilómetros. Este hombre, de buena salud, pero de constitución física no demasiado fuerte, que hasta los 43 años lleva una vida sedentaria y que a esa edad inicia 25 años de vida pastoral intensa, la mayor parte de ella de camino, viviendo en chozas o a la intemperie, alimentándose muchas veces con sólo pan y agua o con lo que los indios le comparten desde su pobreza, soportando la inclemencia del tiempo, es una demostración patente de que el hombre lleno del amor de Dios y con el corazón inflamado de celo por la misión evangelizadora es capaz de todo, “y es que para Dios no hay nada imposible”. 10 “No es nuestro el tiempo”, “la vida es breve y conviene velar cada uno sobre lo que tiene a su cargo solía repetir, demostrándolo con el ejemplo de una vida de total entrega al anuncio del Evangelio, no conociendo lo que era el descanso y mucho menos las vacaciones.

Apóstol de la Confirmación, administró este sacramento a cerca de 800,000 personas e hizo más de 500,000 de bautismos. Entre aquellos a quienes confirmó estuvieron nada menos que Santa Rosa de Lima y San Martín de Porres.

Él mismo escribe al papa Clemente VIII acerca de sus visitas pastorales: “Después que vine de España a este Arzobispado de los Reyes, por el año de ochenta y uno, he visitado por mi persona y estando legítimamente impedido por mis Visitadores, muchas y diversas veces el Distrito, conociendo y apacentando mis ovejas, corrigiendo y remediando lo que ha parecido convenir, y predicando los domingos y fiestas a los indios y españoles, a cada uno en su lengua, y confirmando mucho número de gente…y andando y caminando más de cinco mil y doscientas leguas, muchas veces a pie, por caminos muy fragosos, y ríos, rompiendo por todas las dificultades, y careciendo de todo”  .


Sin embargo, Toribio no descuida para nada su vida espiritual, consciente de que el apostolado no es otra cosa sino sobreabundancia de amor y que la oración es el secreto de la fecundidad de un apóstol y misionero. Impresiona leer a los biógrafos del Santo Arzobispo de Lima cuando describen su horario cotidiano de vida espiritual: “Se levantaba a las seis de la mañana, sin que a vestirle y calzarle asistiesen mozos o ministros de cámara porque su honestidad no se sujetó jamás a estilos de palacio, ni circunstancias de grandeza. Decía sus devociones primero, y después en su humilde aposento, rezaba las Horas canónicas. Satisfecha esta obligación, bajaba por camino reservado de la casa arzobispal a la Catedral, donde celebraba la Misa, con tanta devoción y ternura, como pide aquel divino misterio. Acabado el santo sacrificio discurría por todo el templo y sacristía, haciendo de rodillas oración en cada uno de sus altares (…) Hechas estas piadosas visitas se volvía alegre a su palacio, sin permitir que ningún ministro de la Iglesia le acompañase, y entrando en su oratorio, puesto de rodillas, empleaba dos horas en oración mental (…) En anocheciendo, se recogía a su oratorio, donde hasta las ocho, se suspendía en contemplaciones celestiales de la divina bondad. Después salía fuera, y junto con sus capellanes rezaba con atenta y devota pausa y reverencia, a coros, los Maitines. En acabando el oficio se iba a cenar, y abreviando su cena con una ligera colación de pan y agua, volvía a su cuarto, en el cual, decía el oficio parvo de Nuestra Señora, el de los Difuntos y otras devociones particulares”. 12

Para la evangelización de los indios impulsó el conocimiento de las lenguas nativas por parte de los misioneros. El mismo Santo Toribio, estudió el quechua y a poco de llegar al Perú, lo usaba para predicar a los indios y tratar con ellos. Siendo tantas las lenguas y dialectos existentes, solía llevar intérpretes para hacerse entender en sus innumerables visitas. Con todo, en su proceso de beatificación se dio testimonio que en algunos casos tuvo el don de lenguas en forma milagrosa.
Al arribar al Perú, descubre que la acción evangelizadora de la Iglesia atravesaba un momento de seria crisis. La disposiciones de su predecesor el Arzobispo Jerónimo Loayza y de los dos Concilios de Lima no eran tomadas en cuenta. Asimismo la catequesis y la doctrina necesitaban adecuarse mejor a una pastoral indígena más sólida. Por ello y con la ayuda del Padre José de Acosta, organiza el III Concilio Limense (1582-1583) obra maestra de legislación eclesial de Santo Toribio, aunque realiza en total trece sínodos arquidiocesanos y tres concilios provinciales. El III Concilio Limense, establece las bases de la evangelización de América Latina.

“Fue la asamblea eclesiástica más importante que vio el Nuevo Mundo hasta el siglo de la Independencia latinoamericana, y uno de los esfuerzos de mayor aliento realizados por la jerarquía de la Iglesia y la Corona española para enderezar por cauces de humanidad y justicia los destinos de los pueblos de América, como exigencia intrínseca de su evangelización”. 13 El III Concilio Limense, fue la aplicación del gran Concilio de Trento (1545-1563) a la realidad de América Latina. El Concilio dividió su cuerpo canónico en cinco partes o acciones.

Entre sus disposiciones y frutos más notables están los siguientes:

1. La defensa y el cuidado de los indios, para protegerlos de cualquier abuso o explotación y promoverlos humanamente. Este cuidado incluía además una labor de educación social: “que los indios sean instruidos en vivir políticamente”, es decir “dejadas las costumbres bárbaras y salvajes, se hagan a vivir con orden y costumbres políticas”. Para ello el III Concilio Limense planteó el establecimiento de las doctrinas-parroquias. En cuanto a los sacerdotes que tenían el cuidado de los indios se les recuerda que “son pastores y no carniceros, y que como hijos los han de sustentar y abrigar en el seno de la caridad cristiana”.

2. La obligación del uso de la lengua indígena en la catequesis y la predicación.

3. El Catecismo trilingüe (en castellano, quechua y aymara), conocido como el Catecismo de Santo Toribio, con el cual se logró unificar el adoctrinamiento de los indios en casi toda América Latina. El Concilio ordena a todos los sacerdotes “so pena de excomunión, que tengan y usen este catecismo, dejados todos los demás”. Sin lugar a dudas el Catecismo es el fruto más valioso de este Concilio.

4. Las Visitas Pastorales. Estas son urgidas con gran firmeza como deber canónico, con el fin de que Pastor conozca a sus ovejas y éste sea conocido por ellas (ver Jn 10, 14).

5. La Dignificación del Clero, su adecuada formación doctrinal y pastoral para una conveniente evangelización y vida de santidad sacerdotal.

6. La Liturgia, que ha de celebrarse con gran esplendor y ceremonia, pues “esta nación de indios se atraen y provocan sobremanera al conocimiento y veneración del Sumo Dios con las ceremonias exteriores y aparato del culto divino”. Por tanto ha de ponerse gran cuidado y procurar que haya “escuela y capilla de cantores y juntamente música de flautas y chirimías y otros instrumentos acomodados en las iglesias”.

7. Los Seminarios. El Concilio impulsa la creación de Seminarios siguiendo las disposiciones de Trento, cuidando la elección y la formación de los candidatos al sacerdocio. Teniendo presente esta disposición, Santo Toribio funda el Seminario de Lima, que hoy lleva su nombre, uno de los primeros de América en aplicar el modelo de Trento.

8. El Número de Sacerdotes. El II Concilio Limense había denunciado el hecho que muchas veces un sacerdote tiene a su cargo a innumerables indios y establece que debe haber un sacerdote por cada 1,300 almas de confesión. En una de sus cartas al Rey, Santo Toribio le informa “como negocio de mucha consideración y digno de ser llorado con lágrimas de sangre”, el caso de una parroquia de 5,000 almas de confesión, con cuatro anexos que está a cargo de un solo sacerdote. De esta manera el III Concilio Limense acuerda poner un sacerdote por cada mil o cada setecientas almas de confesión. Para lograr esta meta, el Santo Arzobispo promueve el clero indígena y criollo, es decir el clero nativo. Para ello se debe prescindir de toda discriminación racial, no excluir de las Órdenes a grupo alguno de los naturales, sino admitirlos a todos por igual en principio: criollos, mestizos e indios.

De otro lado era un hombre de una gran caridad. De su propio peculio financió escuelas, hospitales, templos y nuevas doctrinas. Todo lo regalaba y vivía en gran austeridad y pobreza. He aquí una breve reseña de los lugares que visitó Santo Toribio en cada uno de sus cuatro viajes pastorales:

1er. viaje (1584-1590):

abarca toda la Sierra del Norte peruano, desde Lima hasta Cajamarca, y el Oriente montañoso de Chachapoyas y Moyobamba. Llegó a los poblados de Pativilca, Cajacay, Huaraz, Recuay, Pallasca, Conchucos, Cajamarca, Chachapoyas, Huacrachuco, Huánuco, Conchamarca, Sicaya, Huarochirí, San Damián, Cajatambo, Checras.

2do. viaje (1593-1599):

1ra. etapa (1593-1597): se inicia el 4 de abril de 1593 en Carabayllo y sigue hacia el norte por Aucallama, la costa de Ancash, Trujillo, Chiclayo y Lammbayeque, hallándose en Chachapoyas para la Semana Santa de 1597.

2da. etapa (1598-1599): luego de regresar por el mismo recorrido, dedica dos años a visitar las zonas adyacentes a Lima y el Callao, como los valles de Mala, Cañete, Chincha e Ica.

3er. viaje (1601-1604):
visita Junín y Huánuco, considerables partes de Lima e Ica, y regresa por Cajatambo y Chancay a Lima.

4to. viaje (1605):
por los arenales del norte, llega a Barranca, y remontando el río Pativilca llega a Cajatambo, la zona de Huaylas, baja a la costa por Casma y sube por el litoral a los valles de Pacasmayo y Chiclayo. El 11 de marzo lo encontramos en Motupe, y decide quedarse en la villa de Saña para celebrar la Semana Santa. Pero ya agotado por los agotadores trabajos de su vida evangelizadora y padeciendo intensas fiebres, fallece el Jueves Santo, 23 de marzo de 1605.

Hemos de tener en cuenta lo difícil de la geografía del territorio peruano y considerar que en esa época no había caminos carreteros trazados y todo el recorrido debía hacerse a pie o a lomo de mula y caballo, en lugares inhóspitos, sufriendo las inclemencias del tiempo, bordeando precipicios, escalando alturas inimaginables. Tanto es así, que, después de Santo Toribio, no ha habido nadie que tuviera el coraje ni la audacia para realizar, en iguales circunstancias, recorridos semejantes al suyo.

El mismo Santo Toribio relata de manera resumida sus propias experiencias, en una carta al Papa Clemente VIII, fechada en 1598: «He visitado por su persona cuando todavía habría de recorrer muchísimas leguas no incluidas en este recuento [...] muchas y diversas veces el distrito, conociendo y apacentando mis ovejas, corrigiendo y remediando lo que ha parecido convenir y predicando los domingos y fiestas a los indios y españoles, a cada uno en su lengua y confirmando mucho número de gente [...] y andando y caminando más de cinco mil y doscientas leguas, muchas veces a pie, por caminos muy fragosos y ríos, rompiendo por todas las dificultades y careciendo a veces yo y mi familia de cama y comida; entrando a partes remotas de indios cristianos que, de ordinario, traían guerras con los infieles, adonde ningún Prelado o Visitador había llegado».

A los 68 años Santo Toribio cayó enfermo en Pacasmayo (norte de Lima). Murió en Zaña el 23 de marzo de 1606. Y luego de recibir la Unción de los enfermos, en Jueves Santo, día de su muerte, pide al prior agustino que tañese el arpa y rezó: “A ti, Señor, me acojo…En tus manos encomiendo mi espíritu”. El “protector de los indígenas”, fue un infatigable misionero y organizador de la Iglesia en nuestras tierras. Santo Toribio fue beatificado por el Papa Inocencio IX en 1679 y canonizado por Benedicto XIII en 1726.

LA EXTIRPACIÓN DE LAS IDOLATRÍAS


Hacia fines del siglo XVI y comienzos del XVII imperaba un gran optimismo entre las autoridades eclesiásticas y civiles del Virreinato, puesto que pensaban que la tarea de la evangelización ya estaba realizada y que los indígenas habían adoptado del todo la fe cristiana. Las vocaciones religiosas y sacerdotales iban en constante aumento, mientras que no faltaba lugar de la geografía peruana adonde no hubieran llegado los misioneros. Por todas partes había signos visibles de la implantación de la fe: capillas, ermitas y cruces (sobre todo en los lugares altos, cerros, etc.). Por otra parte, no había resistencia por parte de los pueblos indígenas frente a las exigencias de la nueva fe, y respetaban a los sacerdotes y a quienes representaban lo cristiano. Aparentemente, el paganismo había sido eliminado del Perú.

Sin embargo, la obra evangelizadora todavía no estaba consumada. Así lo demostraron unos descubrimientos hechos entre 1607 y 1610 en las cercanías de Lima. Todo comenzó cuando el criollo cuzqueño Francisco de Ávila, cura de San Damián (Huarochirí), supo de la existencia de hechiceros, ídolos y amuletos, que los mismos indígenas mantenían a escondidas de los españoles. Los centros de prácticas idolátricas eran San Damián, San Pedro Mama y Santiago de Tuna, donde se adoraban a los ídolos de Pariacaca, Chaupiñámocc (su hermana), Macaviza y Cocallivia. El indio Hernando Páucar era el principal difusor de estas creencias ancestrales.

Habiendo Ávila notificado de esto al provincial de la Compañía de Jesús —quien por entonces era el padre Diego Alvarez de Paz—, éste envió en junio de 1609 a dos jesuitas, los padres Pedro Castillo y Gaspar de Montalvo, quienes, junto con el cura cuzqueño, realizaron una vista de investigación, solicitando a los indios primero de manera benévola que entregaran todos los objetos a los que rendían culto idolátrico, y luego conminándolos de manera severa. Se reunieron centenares de ídolos y amuletos que, unidos a los que Francisco de Ávila ya había requisado anteriormente, llegaron a conformar numerosos fardos, los cuales, incluyendo también varias momias, fueron llevados a Lima por Ávila en varias cabalgaduras en octubre de 1609.



 La persistencia de estas creencias idólatras era un peligro para la fidelidad a la fe y la vida cristiana de los indígenas, pues ello conllevaba muchas veces costumbres contrarias a la dignidad humana. Por ello, se decidió que era necesaria una manifestación espectacular, que tuviese como finalidad arrancar de raíz los residuos de estas creencias. Es así que el entonces arzobispo de Lima, Bartolomé Lobo Guerrero, y el virrey marqués de Montesclaros decidieron realizar un «auto de fe» el 20 de diciembre en la Plaza de Armas de Lima, convocando a todos los indios de cuatro leguas a la redonda. En la tarde del día indicado, en presencia del Cabildo, del virrey y el arzobispo, y ocupando lugar preferencial Francisco de Ávila, se realizó el espectáculo. Colocados todos los ídolos sobre un tabladillo, el cura Ávila predicó a los indios, primero en quechua y luego en español. Luego, el indio Hernando Páucar, atado a un tronco, fue sentenciado a ser trasquilado (acción humillante dentro de la mentalidad indígena), sufrir doscientos azotes y ser desterrado a Chile. Finalmente, se quemaron todos los objetos idolátricos.













(1)                                                                      (2)
      
              

(3)

actividades dedicadas al culto andino: (1)Lectura de la Coca , (2) culto a sus momias ,(3)culto a lapacha mama.
Ávila sería luego nombrado Visitador de la Idolatría, realizando pesquisas en los pueblos de la serranía de Huarochirí, Yauyos y Chachapoyas, llevando a cabo una intensa campaña de extirpación de la idolatría, recorriendo caminos arduos y peligrosos, con riesgo de la propia vida, y utilizando recursos propios en el financiamiento de esta campaña. Lo acompañaron varios jesuitas. Descubrían a los indios hechiceros, destruían adoratorios y enseñaban con paciencia y benignidad la verdadera doctrina a los indios. La situación fue tan grave, que el mismo arzobispo de Lima la describía así en carta al rey Felipe II: «Todos los indios desde Pirú están hoy tan idólatras como al principio cuando se conquistó la tierra. Creo ha estado la falta en los que les han doctrinado, que solamente han atendido a su provecho e interés y no al bien de las almas de estos desventurados [...]. Háseles hallado innumerable multitud de ídolos que adoraban por Dios, juntamente con cuerpos muertos de sus antepasados, que todo se ha quemado y en lugar de los adoratorios se han puesto muchas cruces» (23 de abril de 1613).

Principios y métodos en la campaña anti-idolátrica

La «visita», el procedimiento por el cual se buscaba la extirpación de las idolatrías, implicaba todo un procedimiento de reeducación, que debía realizarse de manera pacífica y enérgica a la vez. La suavidad sola no sirve para descubrir los ídolos que los indios ocultaban, pero el proceder de manera enérgica solamente lo único que podía producir era desconfianza, recelo y resentimiento por parte de los aborígenes. Además, había que tener en cuenta el principio sentado por el padre José de Acosta (y que concuerda con toda la tradición cristiana): «Antes hay que quitar los ídolos del corazón que de los altares». Otro jesuita, el padre José de Arriaga, en su obra La extirpación de la idolatría en el Perú (1621) acentuaba la necesidad de usar de modestia, benevolencia y buenas maneras en la campaña anti-idolátrica; había que ganarse la amistad particularmente de aquellos indígenas que eran respetados por lo demás y que gozaban de autoridad, en particular de los caciques.

¿Cómo procedía el Visitador cuando llegaba a un pueblo? 

Uno de los sacerdotes se dirigía a los indios para tranquilizarlos y quitarles el miedo y se les convocaba al sermón muy temprano en la mañana y a la puesta del sol para el catecismo. A las ocho de la noche debía terminar la misa y la prédica. Durante el día el Visitador pedía a los pobladores que descubrieran las huacas (lugares de adoración) y los objetos ligados al culto idolátrico. Había un especial cuidado en interrogar al cacique y a los curanderos. Si se constataba el encubrimiento de las huacas o de su oficio de hechicero por parte de algún indio, se le castigaba públicamente, con alguna pena que implicara más humillación que daño físico (por ejemplo, ser trasquilado).


El visitador debía ser afectuoso y comprensivo a la vez que severo y enérgico, incluso amenazando con castigos, haciéndoles notar a los indios que estaban excomulgados si no colaboraban, pero que podían ser perdonados y absueltos si confesaban y se arrepentían de sus idolatrías. Por este motivo, la autoridad eclesiástica debía tener cuidado de que el visitador nombrado fuera una persona de garantía moral, no inclinado al interés personal, y que tuviera un adecuado equilibrio personal y una intensa vida espiritual.

Todo se apuntaba por escrito, para llevar cuenta de los procesos realizados. Una vez reunidos los objetos de culto idolátrico, se los llevaba a un lugar de las afueras del pueblo y se los quemaba en una gran hoguera. Luego, en el día señalado para la celebración de la Cruz, los hechiceros, llevando al cuello una cruz de gran tamaño junto con otras señales humillantes, debían hacer retractación pública de sus faltas y errores. Los más peligrosos y persistentes en sus errores eran llevados a Lima y recluidos en la Casa de Santa Cruz en el Cercado, donde cada día un sacerdote les explicaba la doctrina cristiana. Además, se dedicaban a labores manuales, como el hilado de lana. Al terminar la condena temporal, o una vez regenerados (rechazo del error y aprendizaje de la doctrina cristiana), eran dejados en libertad. Algunos murieron ya de viejos en esta casa. Había además otro establecimiento de carácter más educativo que punitivo, dedicado a los hijos de los caciques, el Colegio de Príncipe, para ir educando a las nuevas generaciones de indígenas antes de que estuvieran expuestas al contagio de la idolatría.


FIGURAS DE SANTIDAD

¿Qué es la santidad?

El Concilio Vaticano II ha reiterado una enseñanza que es constante a lo largo de toda la historia de la Iglesia, aunque a veces ha estado oscurecida: la vocación universal a la santidad de todos los cristianos. «Es, pues, completamente claro que todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, y esta santidad suscita un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena» (Lumen gentium, 40).


En el Perú hubo mayor cantidad de santos y siervos de Dios que en todos los virreinatos españoles. La mayoría apareció entre 1570 y 1660, muchos de ellos coexistiendo en la sociedad limeña. Cuando morían estos hombres de Dios, toda la sociedad limeña acudía a sus exequias, incluyendo el virrey, el arzobispo y los principales nobles, tanto españoles como indígenas.
Factor activo en el acrecentamiento de la religiosidad virreinal fue el terremoto del 31 de marzo de 1650 en el  Cuzco, que dio lugar al culto del Señor de los Temblores, y el del 20 de octubre de 1687, enLima, que originó la Festividad del Señor de los Milagros.

A continuación, presentamos las reseñas biográficas de cuatro santos peruanos, tomados del texto La Iglesia católica en el Perú del P. Armando Nieto, S.J. Omitimos la información sobre Santo Toribio de Mogrovejo, puesto ya hemos hablado de él en un capítulo anterior.

SANTA ROSA DE LIMA

Nació en Lima el 30 de abril de 1586, hija de Gaspar de Flores y María de Oliva. Bautizada con el nombre de Isabel, en la confirmación —que le fue administrada por Santo Toribio de Mogrovejo— recibió el de Rosa. Tomó por modelo a Santa Catalina de Siena en el espíritu de oración y abnegación. Hizo voto de vivir consagrada al Señor como terciaria dominica. Recluida en una cabaña que había construido en el huerto de la casa paterna, pasaba el día en ejercicios de oración, penitencia asperísima y trabajos manuales. Gozó de gracias divinas extraordinarias, pero sufrió asimismo la persecución e incomprensión de familiares y amigos, y su alma atravesó regiones de honda desolación espiritual. Los tres últimos años de su vida los pasó en casa de un funcionario virreinal, Gonzalo de la Maza, cuya esposa admiraba a la virgen limeña. Durante la larga y dolorosa enfermedad que concluyó con su existencia, Rosa no dejaba de orar con estas palabras: «Señor, auméntame los sufrimientos, pero auméntame en la misma medida tu amor». Falleció el 24 de agosto de 1617, a los 31 años de edad. Sus exequias fueron imponentes. Clemente X la canonizó el 12 de abril de 1671 y fijó su festividad el día 30 de agosto. Fue la primera Santa del Nuevo Mundo y es Patrona no sólo del Perú sino de la América española y Filipinas.

Se le conoce como : Santa Rosa, Rosa de Lima, Rosa de Santa María, Santa Rosa de Lima, La Tabogana.

Es venerada también por la Iglesia Anglicana .

PATRONA DE :

- De la casa real de Araucania y Patagonia

- De la independencia de las provincias Unidas del rio de la Plata en Argentina.

- Patrona de las fuerzas armadas de argentina y Paraguay.

- Patrona de las mujeres de la comunidad caminante delos scouts.

- Patrona De la Diócesis de Santa Rosa de Osos en Colombia y patrona de la diócesis de Guatemala.

- patrona de la República del Perú

- Patrona de la Ciudad de Lima

- Patrona de la policía nacional del Perú.

- patrona de la Minería del Perú.

- patrona de la pontificia Universidad católica del Perú.

- Patrona de la real y Pontificia Universidad de san marcos.

- patrona de las enfermeras del Perú.

- Patrona de la tercera Orden Dominicana de la provincia de san Juan Bautista del Perú.

- Patrona titular de la sede episcopal de la Arquidiócesis Primada de Lima.

- Patrona tutelar del distrito de Santa Rosa en lima.

- Patrona del distrito de Huabal en Jaén, Cajamarca.

SAN MARTÍN DE PORRAS

Como Rosa de Santa María, Martín de Porras, el humilde mulato limeño, es venerado en todo el mundo católico. «Es una especie de plebiscito mundial a su favor» —reconoce Vargas Ugarte al comprobar el culto que se tributaba al lego dominico. Nació Martín en diciembre de 1579, hijo del caballero Juan de Porras (o Porres), de la orden de Alcántara, y de una negra panameña llamada Ana Velázquez. ( MARTIN DE PORRAS VELASQUEZ) .

Fue a su solicitud admitido como `donado' de la orden dominica en 1594. Servía en los menesteres más humildes; sobre todo a los pobres y como enfermero del convento de Santo Domingo. Dado a la oración, consumía en ella horas enteras, sacrificando aun el descanso. Profesó en 1603. Falleció el 3 de noviembre de 1639 a los 60 años de edad. Los funerales revistieron extraordinaria solemnidad, y el propio virrey Conde Chinchón con otros miembros del gobierno portaron el féretro. Fue canonizado por Juan XXIII el 6 de mayo de 1962, fijándose su festividad el día 3 de noviembre. Es Patrono de la justicia social, venerado también por la Iglesia Anglicana.

SE LE CONOCE COMO :

- El santo de la Escoba.

- Fray escoba

- Fray Martin.

- Martín de la caridad

PATRON UNIVERSAL DE LA PAZ

- Patrón de la educación pública ( De la universidad San Martín de Porres en el Perú)

-patrón de la sanidad de las fuerzas policiales en el Perú

- Patrón de los animales

-Patrón de los barberos

- Patrón de los barrenderos.(De los trabajadores municipales del Perú).

-Patrón de los enfermos

-Patrón de los Mulatos.

-Protector de los pobres.

-Patrón de la Compañía de Bomberos Voluntarios del Perú estación nº 65

-Patrón tutelar del Distrito de San Martín de Porres en lima.



SAN FRANCISCO SOLANO

Nació en Montilla (Andalucía) el 10 de marzo de 1549. A los 20 años ingresó en la Orden de Hermanos Menores de San Francisco de Asís. Ordenado sacerdote, fue destinado primero a maestro de novicios y luego a predicar por las poblaciones. Vino a América en 1589 en un accidentado viaje marítimo y terrestre, lleno de peripecias. Predicó en las regiones de la Argentina septentrional (Tucumán). En 1602 vino a Lima, donde desempeñó el cargo de Guardián en el convento de Santa María de los Ángeles (llamado de los Descalzos, en el Rímac). Ejercitado en la oración y la penitencia, no omitió nunca la práctica de las obras de caridad con el prójimo. Falleció en Lima el 14 de julio de 1610. Fue canonizado por Benedicto XIII el 27 de diciembre de 1726.

SAN JUAN MASÍAS

Nació en Ribera del Fresno (Extremadura) el 2 de marzo de 1585, hijo de Pedro de Arcas y de Inés Sánchez. Creció en un ambiente de orfandad, pobreza y penuria. Vino a América como servidor de un mercader (1619). En 1620 lo hallamos en Lima, dispuesto a consagrarse a Dios en la vida religiosa como lego cooperador dominico. En el convento de Santa María Magdalena (Recoleta) pasó una vida de austeridad, mortificación y oración. Hizo la profesión el 25 de enero de 1623. Heroico en la caridad para con todos, fue —a pesar de su humildad y deseo de pasar oculto— consultor del virrey Marqués de Mancera y de la más calificada nobleza. Riva-Agüero lo considera «uno de los más puros místicos de nuestro siglo XVII». Falleció el 16 de setiembre de 1645. Fue canonizado por Pablo VI el 28 de setiembre de 1975.

EL TRIBUNAL DEL SANTO OFICIO:

El Tribunal del Santo Oficio fue el encargado de vigilar el estricto cumplimiento de la fe católica en los virreinatos americanos, así como también en los reinos españoles europeos. La Inquisición fue enviada a vigilar el correcto establecimiento de la fe y que ella no se vea empañada por cultos paganos o por herejes provenientes de algún país europeo (luteranos, hugonotes, judíos, moros, etc.). Desde su establecimiento, la Inquisición actuó como un tribunal con amplias facultades para el castigo a herejes o protestantes. En su lucha por conservar la religión católica actuaron con energía frente a la lectura de libros prohibidos, la práctica de la brujería, quiromancia, judaísmo o islamismo, etc. El orden político en las colonias también fue tema de gran importancia para el Tribunal del Santo Oficio. Los autos de fe fueron juicios del Tribunal a personas que realizaban prácticas no cristianas. Tenían un contenido simbólico enorme pues todos los elementos y características del juicio trataban de demostrar el triunfo de la fe católica sobre las prácticas herejes. En los 250 años que estuvo presente la Inquisición en el virreinato peruano practicó 40 autos de fe. El tribunal del Santo Oficio terminó sus días en 1820, cuando el régimen liberal español clausuró definitivamente sus actividades en todas sus posesiones y reinos.

LA INQUISICIÓN EN LIMA

En el Perú, la Inquisición fue creada por el Rey Felipe II en 1569 y no era sino una filial provincial del Consejo de la Suprema y General Inquisición española. La Inquisición de Lima entró en funciones en 1570, siendo Virrey del Perú Francisco de Toledo. Los primeros inquisidores fueron el licenciado Serván de Cerezuela y el doctor Andrés de Bustamante; pero este último, falleció cuando se hallaba en pleno viaje desde la metrópoli hacia Lima, quedando Cerezuela a cargo del distrito limeño. El Tribunal comenzó sus acciones en un local alquilado que se ubicaba al frente de la Iglesia de la Merced, en el actual jirón de la Unión; pero, como este era muy céntrico y resultaba poco propicio para su funcionamiento, en 1584 se trasladó a la casa de Nicolás de Rivera el mozo, donde funcionó hasta que fue abolida .

En sus inicios , el Tribunal se dedicaba al control de la población blanca, tanto a los denominados "cristianos viejos" como a algunos descendientes de conversos, principalmente los de ascendencia judía que, evadiendo expresas prohibiciones reales, llegaban a las colonias hispanoamericanas. Hay que reiterar que la gran mayoría de la población estaba constituida por indígenas, los cuales quedaron fuera de la esfera de acción del Tribunal conforme a lo dispuesto por los reyes de España. También resulta llamativo el alto porcentaje de procesados extranjeros, el cual supera su correspondiente participación demográfica.

El tribunal limeño se dedicaba a ver asuntos relativos a la moral pública o social. Lo que preocupaba al Santo Oficio era mantener vigente la escala de valores aceptados por la población; es decir, los principios cristianos tales como el respeto a Dios, a la Iglesia, a la Virgen María, al sacramento del matrimonio, al estado sacerdotal y el consiguiente voto de castidad; a los principios morales, etc. Cabe agregar que las herejías propiamente dichas sólo representan el 13.27% del total de los procesos , lo que demuestra la eficacia de los controles establecidos para evitar la propagación de las sectas protestantes y la infiltración de los falsos conversos en Indias.

TIPOLOGIA DE LOS PROCESOS % ( delitos entre 1571 - 1600 )


Delitos contra la fe (luteranos, judaizantes, moriscos, etc) ..................................13.27

Expresiones malsonantes (blasfemos, renegados, etc.)  ......................................30.18

Delitos sexuales (bígamos, solicitantes, etc.) ......................................................28.00

Contra el Santo Oficio ........................................................................................4.63

Prácticas supersticiosas (invocaciones al demonio, hechicería, quiromancia, etc) . 7.65

Otros delitos (no específicos) ...........................................................................16.27

Las mayores sanciones que aplicó el Tribunal durante sus años iniciales recayeron generalmente en protestantes extranjeros hacia los cuales existía no sólo animadversión religiosa sino sobre todo política. El primer condenado al quemadero fue el francés Mateo Salado en el auto de fe del 15 de noviembre de 1573.

Entre los casos de alumbrados destaca, sobre manera, el seguido a fray Francisco de la Cruz, el cual es considerado como uno de los más importantes de la historia del Tribunal limeño. De la Cruz había estudiado Teología en Toro y Valladolid, llegando a ser catedrático de la materia; además, se desempeñó como rector de la Universidad de San Marcos. Gozaba de la confianza del arzobispo de Lima quien lo había propuesto como coadjutor. Su doctrina, tal como la entendieron los inquisidores, no sólo era contraria a los dogmas católicos sino abiertamente subversiva: enfrentaba directamente al Rey Felipe II proponiendo, inclusive, el nombramiento de otro monarca para el virreinato e instigando a la población a alzarse contra el dominio de la metrópoli.

Juan Fernández de las Heras fue quemado vivo (17-12-1595) por mantenerse pertinaz en sus proposiciones contrarias al dogma católico, entre otras, su rechazo al Sacramento de la Penitencia y al culto a las imágenes. Fernández sostenía que él era una de las personas de la Santísima Trinidad, decía tener visiones divinas, etc.


El Tribunal estuvo totalmente paralizado entre los años 1725 y 1730 después de lo cual fue reactivado.

En la segunda mitad del siglo XVIII se acentuó notoriamente la decadencia de la Inquisición, tanto en la metrópoli como en las colonias. En estas últimas, su declive tuvo como ingrediente adicional el surgimiento de movimientos separatistas.

Desde mediados del siglo XVIII hasta la abolición del Tribunal (1750-1820) hubo un total de 51 causas.

La Inquisición fue abolida por decreto de las Cortes de Cádiz, el 22 de febrero de 1813. Abascal, el 30 de julio de ese año ordenó la publicación en Lima del decreto de abolición. Días después, al permitirse a un grupo de personas que ingresasen al local , se produjo el lamentable saqueo de las instalaciones con la consiguiente pérdida de valiosa documentación sobre el accionar inquisitorial. En 1814, cuando el Rey Fernando VII fue restablecido en el trono, se dispuso que volviese a funcionar el Santo Oficio pero su existencia ya fue más nominal que real. Para el Perú fue abolido definitivamente en 1820 a raíz del proceso emancipador con el cual se suprimió todo tipo de dependencia política de España.

PROCEDER DE LA INQUISICIÓN


La finalidad buscada era la conversión de los herejes y su reintegración a la Iglesia. Por lo mismo, los métodos preferidos eran los que manifestaban mayor misericordia, mientras que el recurso a la fuerza era considerada como una medida extrema, que atendía más que nada al bien común de los demás miembros de la sociedad.

Había todo un procedimiento dividido en etapas, de acuerdo al cual se llevaba a cabo la labor de los inquisidores. Una vez llegados al pueblo donde se sospechaba de la existencia de herejes, se proclamaba el tiempo de gracia, que variaba de 15 a 30 días. En este tiempo, todo hereje podía confesar sus errores, siendo a cambio tratado benignamente y recibiendo penas menores. Se proclamaba el edicto de fe y, bajo pena de excomunión, se exigía de todos que delatasen a los herejes o sospechosos de herejía. Terminado el mes de gracia, se procedía a la persecución y se citaba de manera enérgica a los sujetos acusados, que, en caso de no acudir, eran declarados contumaces, con pena de excomunión provisional (definitiva pasado un año).

Luego seguía el interrogatorio, donde se procedía a examinar a los acusados para verificar si procedía o no la acusación hecha. Esto generalmente se hacía ante dos religiosos y un notario, que ponía por escrito los descargos del acusado. En caso de que el acusado se negase obstinadamente a confesar su culpa, habiendo indicios bastante probables de que hubiese incurrido en herejía, se procedía a la tortura. El notario debía estar preparado para escribir la confesión que el acusado hiciera en este caso.
Luego venía la sentencia, en la que varias personas, entre religiosos y laicos de probada honradez, examinaban los datos que se tenían sobre el incriminado y emitían su opinión sobre si había culpabilidad o no. En caso de haber sido arrancada la confesión por medio de la tortura, también se examinaba su veracidad, es decir, si había sido hecha solamente por miedo a los castigos corporales o si se podía considerar auténtica. En sesión pública, generalmente en domingo para que pudiese asistir la población, se proclamaba la sentencia.

El último paso era la ejecución de la sentencia, que era llevada a cabo por la autoridad civil («el brazo secular»). En caso de que se aplicara la pena de muerte, ésta no debía conllevar derramamiento de sangre; por lo tanto, la hoguera era el medio preferido. Otras penas para el delito de herejía que se aplicaban con mucha mayor frecuencia que la pena de muerte, que era considerada una medida extrema y excepcional, eran: remar en las galeras, el destierro, la confiscación de bienes, la cárcel. Otras sentencias menos duras eran las peregrinaciones, los azotes, los signos de infamia (vestidos humillantes de color amarillo, vela verde, soga a la garganta, coroza blanca).

En cuanto a los autos de fe, se llevaron a cabo cuatro: el primero el 13 de marzo de 1605; el segundo el 10 de julio de 1608 en el cementerio de la catedral; el tercero el 17 de junio de 1612 en la capilla de la Inquisición; y el cuarto el 17 de noviembre de 1614. De 1600 a 1605 fueron sentenciadas 135 causas y se celebraron dos autos de fe públicos: en el de 1600 fueron 35 los sentenciados y en el de 1605, 40. A partir del breve dado por el Papa Clemente VIII amnistiando a los judaizantes el Tribunal disminuyó sus acciones. En el período que abarca de 1606 a 1621 se sentenciaron 120 causas; se realizó un auto de fe público, donde salieron 18 reos y, asimismo, un autillo en el que se dieron a conocer 9 procesos.

El Registro de la violencia por  Huamán Poma de Ayala

Guaman Poma de Ayala. La gran calidad de su trazo, lo ha hecho conocido en todo el mundo. Desde el punto de vista antropológico, su libro es de gran utilidad para conocer usos y costumbres de la sociedad andina de su época. Guamán Poma es indígena, pero tiene el ideal evangelizador que trajeron los españoles. Pero su libro no es solamente un repertorio de usos y costumbres incaicas, es sobre todo, una denuncia de los males que sufre el Perú a partir de la conquista. Con voz enérgica, Guamán Poma denuncia a los encomenderos, sacerdotes y corregidores que acompañados de escribanos y curacas, maltratan a los indígenas. Muestra cómo esos abusos y maltratos llevan al empobrecimiento y a la ruina al Perú. Pone en primer plano la pérdida de tierras cultivables y la creciente despoblación, lo que redunda en el deterioro de la economía. Dice al rey en un instante: "sin los indios Vuestra Majestad no vale gran cosa, porque se acuerde que Castilla es Castilla por los indios".
                                 



A modo de conclusión

Finalmente, la campaña de extirpación destinada a reprimir todo símbolo que fuera en contra del cristianismo y a movimientos de corte mesiánico como lo fue el Taki onqoy se desarrollo como parte de la visita eclesiástica realizada por el clérigo Cristóbal de Albornoz en la región de Huamanga. Los procedimientos procesales por medio de los cuales de debía llevar a cabo dicha tarea fueron establecidos por el segundo Concilio Limense de 1567 y la normativa inquisitorial contemporánea. El objetivo de ello era cristianizar tanto un imaginario como una materialidad del indígena con el fin de incorporarlo en la dinámica colonial de control.

Sin embargo, la pervivencia del culto andino y más aun, la presencia de movimientos mesiánicos como lo fue el Taki Onkoy en el Perú durante el periodo colonial puede interpretarse como una forma de resistencia a las costumbres españolas y una forma de preservar las tradiciones de cada ayllu o comunidad. Estas formas de resistencia tuvieron diferentes matices, ya que el culto ya no se restringía a las huacas, sino que su poder se extendió a incluso solo trozos de los ídolos, los que se podían ocultar con facilidad. Así, una piedra sin ninguna forma extraña pasaba desapercibida para el doctrinero, sin embargo para los andinos esta insignificante roca poseía atribuciones divinas. Otra forma de camuflar el culto andino fue a través de figuras religiosas como Jesús, la virgen María o santo Tomás. Esta fue la más ingeniosa forma de pervivencia del culto, pues los doctrineros no pudieron darse cuenta sino hasta muy entrado el siglo XVII.

La extirpación de idolatrías atenuó en forma dramática el culto andino pero no lo exterminó por completo. Este pervivió por muchos años, inclusive hoy en día es posible apreciar el culto a la pachamama o las ofrendas en honor a los apus tutelares, ejemplos de una larga tradición religiosa andina. Es por ello que si bien se presentó un proceso de a culturalización de las sociedades indígenas entorno al modelo de sociedad española, me parece que la extirpación viene como contra respuesta al fenómeno de resistencia desatado por los indígenas en defensa de sus costumbres y sus derechos como sociedad. 

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